16 febrero 2006

Lejos

Hoy también los barcos zarparían. Todos los días regularmente las gotas de madera se deslizaban por el tranquilo río, casi en comunión de intenciones. Todos los días era Domingo, con ese leve polvillo mágico que cautiva los sentimientos y perfuma la inspiración. Mi lugar de reposo estaba esperando, mi libro ansioso de verme a los ojos abría las páginas donde sabía, la costa se veía maravillosa, tranquila.
No todos los días se descubren estos lugares apartados del mundo, vírgenes de huellas, y cuando se tiene la suerte de encontrarlos (o serán ellos que nos encuentran) no se puede más que continuar viviendo en ellos para siempre.
Algunas hojas de los árboles del cielo, no sé porqué, caen a la tierra en forma de paraísos escondidos, regalos celestiales que nos permiten creer.

Después me desperté porque el calor me estaba derritiendo y todo seguía igual, encima ya era tarde.

2 comentarios:

V. Onoff dijo...

Eso es verdad, una hoja cayendo a tierra siempre nos hace creer.
Muy lindo, Demorgan.

Demy dijo...

Chas gracias.