29 agosto 2010

De las inconveniencias de usar traje

Cuando emergí de la panza de mi madre, lo que vulgarmente se conoce como nacer, lo hice usando un bonito traje a medida que tuve el cuidado de ir confeccionando durante los meses de ocio dentro de la cueva espacial. Si bien este no pudo permanecer seco ni un solo momento, sería bueno aclarar que tampoco destiñó ni achicó, lo cual me llena de orgullo. Llegado el momento de salir, cuando se empezaban a ver luces y escuchar sonidos molestos desde el exterior, dije a viva voz pero sin las características groseras de un grito:
“-Momento, que puedo solo” y entre tironeos y flexiones me las arreglé para sacar una pata. Se ve que el obstetra no quiso perder su parte de protagonismo porque cuando ya tenía todo medio cocinado y terminaba de alisar algunas arrugas para sacar la cabecita, me tomó de las dos piernas y me sacó de sopetón, con lo que quedó el sombrero adentro y la verdad que no lo vi salir en todo ese día, ni en los siguientes, hasta que me dio pudor reclamarlo o avisar sobre su existencia (más tarde entendí lo de la placenta y todo eso, es que a uno le informan tan poco, ni siquiera le preguntan si quiere salir y cuándo, aunque no sea más que una formalidad). Recuerdo que al estar frente a frente, abrí bien los ojos para mirar al tipo que me había arruinado ese momento glorioso, planificado durante meses, los pasos que había ensayado para presentarme con total elegancia (mientras creían que el bebé pateaba “-uy mirá gordo, va a ser futbolista”, “-no no no, va a ser lo que tenga que ser o no será una licuadora, por lo menos”), el corto pero profundo discurso de bienvenida que había creado en un instante de inspiración literaria extrema (esos no eran cigarrillos de chocolate), la cabeza descubierta a falta de mi tan querido sombrero, en fin, abrí bien los ojos y le sostuve la mirada de forma inquisitiva durante largo tiempo, dejándole entrever que tan pronto tuviera la suficiente edad lo iría a buscar en medio de otro parto para regalarle unas sesiones de desfibrilación anticipada porque uno nunca sabe, ante la duda mejor estar cubierto ($4.- por persona). Sostenido como estaba con una mano y viendo venir la otra para la caricia fingida o la palmada en mis zonas pudendas, me apresuré a sacar el traje (sin perder la clase o la delicadeza, por supuesto) y lo colgué usando sus dedotes como un bonito perchero, luego de lo cual, mientras los señores de delantal blanco se miraban entre sí sin entender todavía bien qué estaba pasando, me senté en la cama al lado de mi madre-hogar como buen niño que soy, inspiré profundamente y me puse a llorar.