10 abril 2006

Una lluvia espantosa

para Lucas
La perfecta sucesión de hechos se repetía incansablemente, día tras día. La locura ya vencida, ya degenerada en un infernal cansancio. Pero siempre había hecho lo correcto, no se permitía fallar y de ese modo, alterar la rutina predecible de lo que debía hacer. Todo debía funcionar, para eso estaba preparado, y en caso contrario debía solucionar las fallas con el menor y más tibio movimiento, casi pasando desapercibido, siempre que fuera posible.
Contra toda su voluntad, esa mañana se levantó. El baño, el traje, el maletín (odiaba los maletines), las etapas se completaban exitosas, ejercía el total dominio dentro de los límites de la casa. El desodorante que debía usar ya se dejaba oler suavemente a su paso, mientras desaparecía en la boca del subte. No, las esperanzas ya no se detenían en su vida, quizás las alejaba adrede, en todo caso no lo sabía. Franqueó la gran puerta de entrada, totalmente vidriada, la adrenalina se desbordaba por las tortuosas grietas del mal humor diario. Cada paso incrementaba la sensibilidad de todos sus sentidos, la cabeza se contraía en una gran piedra, el estómago giraba derramando bilis hasta la garganta, una gota se formaba cada vez más precisa, cada vez más fría, amenazando con deslizarse por el surco de su espalda y eso, eso haría estallar su mundo por los aires. Se detuvo frente al ascensor, del piso veinte hasta la planta baja había un minuto con sus eternos segundos burlones. Examinó la cavidad de metal, introdujo una mano, nada. Esperó. Nadie subía. El ascensor no se movía. Maldito mundo conspirador, maldito destino el de mis días. Se resignó una vez más, veinte pisos son demasiado por escalera.
Todo su ser se venció en el hastío que la llovizna literal sin causa, dentro del gabinete hermético provocaba cada mañana. Dos minutos soportando la inclemencia de un tiempo imposible, que mojaba el traje, el maletín, que recorría la cara y el cuello. Dos minutos de una lluvia interminable y periódica, que lo esperaba cada mañana. El piso veinte y el cese del agua, el agotamiento y las excusas cada vez menos eficaces, todo en el marco de una indiferencia total por parte de la gente.

Al final, a nadie le importamos.